Casi lo atropellan. Las aceras y los peatonales escasean. Esta ciudad se reveló: empuja al peatón hacia el peligro de extinción sobre el asfalto. Frente a los sórdidos coloridos vitrales de la heladería recuerda que hace años pensó en comprar un carro para el paseo de los domingos, un arranque de rebeldía lo impidió. Si tiene que ser el último peatón y que lo asalten un millón de veces en el autobús, que así sea, pero no aprenderá a manejar.
La heladería parecía casi ideal para un encuentro. El Café es trillado e intimo. Sin embargo, ahora cerca al lugar se retracta. Cómo se puede ser serio en una heladería. ¿Qué fuerza puede tener una afirmación que se hace al tiempo que uno estira la lengua para chupar un poco de helado? Se imagina ridículo diciendo "ya no te quiero" o el posterior "aún te quiero" mientras sorbe la parte inferior del cono o se limpia los dedos del caramelo. ¿Cuál severidad lograría asentarse entre los coloquios que se pueden discurrir en esos momentos? Cuanta falta de seriedad presentarse en una heladería para discutir sobre asuntos serios.
Se fue el tiempo y otra vez él se dejó escapar entre los zumos de su imaginación para recaer en su típico estado contemplativo. Por estar analizando la falta de aceras cerca de los centros comerciales y el factor de seriedad en una heladería ni siquiera analizó para que estaba allí. Tenía esquematizado aprovechar el trajín del bus para sopesar los pro y contras de la situación, vislumbrar un adelanto de lo que podría ocurrir esta tarde. Mas, se dejó ir en las contemplaciones de un gato angora en el asiento trasero y unas piernas largas y morenas sobreexpuestas en la tercera fila.
Esa mujer fue la que decidió reunirse en la heladería. Él no quiere verla. ¿Para que diantres es esta reunión?, se pregunta. Si solo quiere mostrarle unos documentos relativos a su padre por qué no los endosó en un sobre de manila y los envió por correo o por medio de un mensajero. ¿Para que el helado y el misterio? Dos elementos, que dicho sea de paso, solo tienen en común el frío. Así pronto volvió a pensar en el helado y la metáfora. Ante el peligro de llegar tarde a la cita por hundirse de nuevo en sus cavilaciones, apuró el pasó y se aproximó a la heladería.
La dependiente contaría luego a los periodistas que la mujer pidió una nieve de limón, pegó un papel junto al mostrador, como para que se viera desde la entrada, y se voló la cabeza.
Al escuchar el tiro él entró corriendo al local. Lo que observó inmediatamente después del cadáver que yacía en el piso totalmente ensangrentado fue la nota: "Fede yo soy tu madre".
No conocía lo que es llorar desde los siete años cuando lo abandonaron y casi fallece de inanición. Esta lágrima fría pesa y no es provocada por la tristeza, un sentimiento que aún se encuentra atascado en la garganta, tampoco por la desesperación. El desconcierto es lo que le chorrea por la mejilla. Un instante y una desconocida se suicida con una peculiar nota: su mundo nunca volvió a ser el mismo.
Por: LAbarta
2 comentarios:
De repente (y en ocasiones) lo válido de un texto es que te produzca sensaciones. Una historia narrada no sirve de nada al menos que te provoque, te revuelque, te estimule; considero que lo bello de este cuento se encuentra en que hace justamente eso, te transporta de una emoción a otra, produciendo golpes, no fatídicos pero si memorables.
Gracias!! Tenemos que hacer un corto de esto! Está muy bueno de veras!
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